Cerca ya de la mitad de siglo, ciertas veces llegan a mi memoria recuerdos de la niñez en forma de frases, con algunos detalles que uno recuerda con añoranza.
Leyendo la información sobre la revisión por pares y analizando cuestiones sobre los datos obtenidos en la investigación, no sé las razones, pero a mi mente llegó el recuerdo de un término que de niño no acababa de entender: el código deontológico.
La actividad científica, sus publicaciones, sus evaluaciones y sus críticas, se basan en las personas y como tal la buena práctica profesional que debe aplicarse en los procesos y sobre la que está basada el trabajo en equipo y el cumplimiento de todos los requisitos implícitos que de esto se deriva, entre ellos el del cumplimiento de ese código deontológico.
Muchas veces escuché que para desarrollar determinadas profesiones era necesario firmar ese famoso código deontológico. Pocas personas conozco que lo hayan firmado, aunque quiero entender que el ejercicio de la profesión lo lleva implícito, desde el momento que uno firma un contrato.
La publicación científica es una herramienta que se ha convertido en una obligación para investigadores, doctorandos, profesores, científicos, ... y la palabra obligación conlleva muchas veces que hay personas que pretenden encontrar atajos para lograr un posicionamiento o en su caso, poner barreras para evitar que otros logren ese posicionamiento. Como personas que somos, tenemos momentos de debilidad y el poder suele sacar algunas actitudes que no son precisamente las mejores.
El buen profesional (entendiéndose como buen profesional el científico íntegro, no solo capaz de realizar bien sus tareas científicas), es capaz de lograr un alto grado de calidad en su trabajo interno en su grupo de investigación y en la valoración de los trabajos a otros colegas, logrando seguidores y admiradores.
El soporte de la creación y publicación científica se basa en el cumplimiento estricto de ese código deontológico, pero ¿el ser humano es capaz de ser coherente siempre con él?
Leyendo la información sobre la revisión por pares y analizando cuestiones sobre los datos obtenidos en la investigación, no sé las razones, pero a mi mente llegó el recuerdo de un término que de niño no acababa de entender: el código deontológico.
La actividad científica, sus publicaciones, sus evaluaciones y sus críticas, se basan en las personas y como tal la buena práctica profesional que debe aplicarse en los procesos y sobre la que está basada el trabajo en equipo y el cumplimiento de todos los requisitos implícitos que de esto se deriva, entre ellos el del cumplimiento de ese código deontológico.
Muchas veces escuché que para desarrollar determinadas profesiones era necesario firmar ese famoso código deontológico. Pocas personas conozco que lo hayan firmado, aunque quiero entender que el ejercicio de la profesión lo lleva implícito, desde el momento que uno firma un contrato.
La publicación científica es una herramienta que se ha convertido en una obligación para investigadores, doctorandos, profesores, científicos, ... y la palabra obligación conlleva muchas veces que hay personas que pretenden encontrar atajos para lograr un posicionamiento o en su caso, poner barreras para evitar que otros logren ese posicionamiento. Como personas que somos, tenemos momentos de debilidad y el poder suele sacar algunas actitudes que no son precisamente las mejores.
El buen profesional (entendiéndose como buen profesional el científico íntegro, no solo capaz de realizar bien sus tareas científicas), es capaz de lograr un alto grado de calidad en su trabajo interno en su grupo de investigación y en la valoración de los trabajos a otros colegas, logrando seguidores y admiradores.
El soporte de la creación y publicación científica se basa en el cumplimiento estricto de ese código deontológico, pero ¿el ser humano es capaz de ser coherente siempre con él?
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